Los malditos 13 años

pesadilla

Te percibí diferente. Vi que tenías una erección, que hablabas cosas raras, no eras tu, no eras mi niño, no eras el niño que conocí hace 8 años, cuando llegó a mi casa, desconfiado mirando con atención cada detalle de su nuevo lar. Estabas nervioso, no parabas de caminar de un lado a otro. Fue cuando te cogí por el brazo para intentar controlarte que percibí que tenías una fiebre muy alta. Mi mano se quemaba al tocar tu cuerpo. Sentí la primera punzada de dolor, e te cogí de manos y salí por la calle en busca de ayuda. Buscaba a una mujer rubia de pelo largo, no me recuerdo su nombre, muy conocida. Sabia que ella era la única que podría curarte. Era una hechicera. No la encontraba, en ningún sitio. Por la calle, mucho revolucionada por las manifestaciones, noté que tus delirios aumentaban y molestaba a las personas. Pedía perdón y explicaba, era la fiebre. Te perdí en medio a la manifestación. Te encontré, en el alto del andamio, de la obra de la panadería. Allí, ajeno a todo lo que pasaba por las calles y al peligro, tu malabares. Te grite:

– Quédate ahí! No salga de ahí! Voy en busca de ayuda! Te quiero, este quieto, te quiero!

Tu no me contestaste, apenas sonreíste, la misma sonrisa de cuando nos conocimos, cuando tenías 5 años y entraste en mi vida.

Corrí por las calles, timbré en los portales. Buscaba la mujer, la tal hechicera rubia. No la encontraba y tampoco encontraba a ti, ya no estabas más al andamio. Te había perdido en medio a tanta gente. La puta manifestación! La puta fiebre! Seguí caminando, aturdida, hasta que por fin, encontré la mujer, sentada con otra a puerta de un bar. Me caí de rodillas, llorando, implorando que me ayudase a encontrarte y que te curase. Fue cuando ella se arrodillo a mi lado, me sujetó con fuerza y dijo:

– Tienes que ser fuerte. Estaba marcado en el destino! De una forma u otra, hoy era el día de su partida. Lamento que sea así.

La miré, sin comprender lo que decía. Seguro era un error, no nos conocíamos, jamás teníamos nos visto. Le contesté:

– Estas loca, tu no sabes quien soy, ni quien es mi hijo. De que hablas? Qué destino? Qué lamentas?

A su espalda muchas personas nos miraban nerviosas, confundidas. Percibí que miraban al otro lado y a mi. No comprendía que pasaba. Puta manifestación, quiero a mi hijo. – era lo que pensaba. En este momento la mujer, me levanta del suel y pedindo que tenga fuerzas me lleva hasta el interior del bar.

– Hija mía, tenga paciencia, con el tiempo todo se explicará. Hoy lo que necesitas es de fuerza para seguir con tu vida. Sea fuerte! Estábamos te buscando, tu hijo murió. Yo estaba aquí, te esperando llegar, porque sabía que ibas a necesitar de mucha ayuda en este momento. Se fuerte! Se fuerte!

En este momento, sentí como si el tiempo parase, no había mas ruidos a calle, ya no vía a nadie. Me levanté, con las rodillas flojas, las piernas temblando y segui con la mujer. Allí, estabas tu, mi hijo, tan joven, tan amado y querido. La fiebre no te mato, lo que te mato fue un tiro que destrozó tu cara.

– Por qué? Por qué? Dios, contéstame, por qué a mi hijo? – nadie, ni Dios, me contestaba. Sentí que me faltaba el aire, un dolor muy fuerte al pecho. Un grito estancado. Solo mi llanto y los puñetazos que daba al suelo, era lo único que hacía agarrada a ti, allí destrozado. No te parí, pero te amé mas que cualquier madre. Sentí todo el dolor tuyo, cada momento. Sentí tus alegrías. Conmemoré cada victoria y conquista. Te amé, mas que a mi misma. En este momento logro gritar, un grito tan fuerte.

Doy un salto y siento en la cama. Estoy sudando. Tengo la imagen de todo lo que ha pasado. Una pesadilla, esta fue la peor pesadilla de mi vida. Salgo de mi cama corriendo para ver como está mi hijo, si tiene fiebre, si pasa algo. Nada, todo en paz, duerme tranquilo el agitado sueño de los 13 años. Me quedo a su lado, tumbada, con los recuerdos de la escena en que estas caído al suelo de un bar con la cara destrozada. Pienso conmigo, hijo mío, jamás permitiré que algo te pase.

El poco que resta de esta noche, ya no durmo. Me quedo a su lado, tumbada a cama, entre mirarte y recordarme de la pesadilla pasa el tiempo y suena el despertador. Tu te marchas a estudiar y yo me quedo a casa, aún con la sensación de tu fiebre, aún ansiosa, nerviosa. Intento meditar, no soy capaz. Intento llorar, no soy capaz. Me siento a un sillón, con nuestro perro sobre mis piernas y lo único que puedo es hablar con el Universo. Le digo:

– Me has dado el mayor regalo, un hijo. Sea como sea, es mi hijo. Lo amo más que todo y lo protegeré. Lo protegeré inclusive de Ti. Permita que este niño viva muchos años y sea un ejemplo para muchos. Todo lo que vivió y lo que vive, la alegría que lleva por donde va no puede terminar en el suelo de un bar, destrozado por el destino.

por Anna Franco

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